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¿A cuántos nos dijeron cuando pequeños “pórtate bien o si no...”? ¿En qué momento preciso nos lo manifestaron? ¿Cómo lo hicieron: con una mirada penetrante o con un ardiente pescozón? ¿Fue tan reiterada dicha expresión como para anular nuestro derecho a patalear? A veces, sin darnos cuenta, vivimos quejándonos sin percatarnos de que aquello que nos produce malestar lo llevamos dentro, quizá muy dentro. Es usual escuchar quejas sobre: “un gobierno que ha fundado su política, reviviendo día a día un pasado que ya ocurrió, mercadeando el resentimiento contra aquellos que piensan distinto,”; “el momento actual de esta Venezuela en que el esfuerzo cotidiano de hoy es insuficiente para garantizar el pan y la lecha de la familia”; “las largas horas de vida que dejo en el estrés del tráfico”; “la pasividad con que mis pares asumen sus responsabilidades”; “el insensible de mi vecino que lava su carro con manguera a pesar de la crisis de agua”; “la caca del perro de este en mi jardín”, etc. Pero, ¿Qué sucede con lo que se siente?, ¿Dónde se “guarda” ese sentir? El vivir estas y el sinfín de situaciones que nos conectan con la injusticia, desde la queja, como víctimas, tan solo nos impide ser coherentes con nuestra legítima necesidad de expresar nuestra rabia; y, quizá esta incompetencia, esté relacionada con que en su momento nos dijeron mucho o demasiado “pórtate bien o si no...”. No haber pataleado cuando era necesario nos convierte en sujetos con desacuerdos, con ciertos aspectos de la vida, acumulados en alguna parte del cuerpo; que usan mecanismos poco efectivos para drenar dichas diferencias, que posiblemente afectan su salud a costa de interiorizar aquello que genera rabia. Yo descubrí, a través del coaching, que mi rabia más añeja tenía que ver con el no haber disfrutado lo suficiente a mis padres durante la infancia; dada su necesidad por terminar estudios, trabajar, consolidar nuestro hogar, estuvieron más tiempo fuera de casa que en ella. Paradójicamente, también me di cuenta en el proceso, que yo hice lo mismo de adulto con mi hijo, generando una realidad similar para él. Hoy, siendo consciente de ello, puedo ver posibilidades distintas que me permiten hacerme cargo de aquello que me hace sentido, habiendo perdonado a mis padres por aquello que merecía y no recibí, perdonándome por haber seguido un patrón inconscientemente y perdonando las reacciones de aquellos seres que amo y que juzgaba sin razón. Para ti, ¿cuáles son las situaciones que juzgas injustas en la vida? |
Hijo, papá, compañero, amigo, escritor
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Agosto 2018
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